De narrativas breves y universos infinitos

Bastará con decir que soy Juan Pablo Castel,
el pintor que mató a María Iribarne.

Ernesto Sábato

Al escribir esta reflexión no pude evitar pensar en la primera entrega de la película Men in Black, cuando los agentes interrogan a un alienígena disfrazado de perro pug acerca de la ubicación de la galaxia arquiliana, y éste responde: “El tamaño no importa. Sólo porque algo sea importante no significa que no sea muy, muy pequeño”. Una galaxia entera contenida dentro de una pequeña joya. Qué mejor analogía.

Por allá en el año 2000 (parece lejano, ¿no?), Mario Vargas Llosa dijo en una entrevista que una de las partes más importantes de un libro es la primera frase, ya que ésta “nos introduce en el universo de la historia”. Puede parecer evidente, pero la verdad es que, si una primera frase en un libro no logra capturar la atención del lector, muy probablemente dicho libro terminará en el anaquel de los “algún día lo terminaré”. También sucede algunas veces que la primera frase es la que encierra todo el universo de la historia, lo que hace este inicio aún más llamativo. Claro ejemplo de este fenómeno es la línea escogida como introducción de este texto: nada más y nada menos que el primer enunciado de una de las obras más representativas de la literatura latinoamericana: El túnel. Como vemos, la obra se proyecta en un microuniverso contenido en su primera frase. Gregorio Samsa y Santiago Nassar también pueden dar fe de ello. Sin embargo, algunas veces ocurre que este íncipit –término utilizado para denominar el inicio o la primera frase de un libro– es también todo el texto, encierra todo el universo de la historia y más allá no hay nada. ¿Puede ser esto posible? De hecho, sí.

En la literatura, más concretamente en la narrativa, el tamaño –es decir, la longitud– de los textos siempre ha representado un derrotero para distinguir tipos de obras y su “facilidad” a la hora de la composición. Así las cosas, una de las diferencias fundamentales entre cuento y novela es precisamente su extensión, y se asume que el cuento, por el simple hecho de ser una narración corta, puede ser compuesto por cualquier persona. Algo hay de verdad y de falsedad en esta afirmación. Creo firmemente que cualquiera puede escribir un cuento, pero también creo que no todos tendrán la habilidad para hacer de ese cuento, corto o largo, algo extraordinario. Aún así, vemos que a los chicos en la escuela se les exige que escriban sus propios cuentos, como si el hecho de ser un texto corto lo hiciera más sencillo. Yo, por el contrario, veo que esto lo hace más complejo: imaginen un bailarín clásico que tiene que hacer toda su rutina con destreza y armonía, pero sin salirse de un espacio de un metro cuadrado. Hay una gran dificultad en ello.

Si bien es sabido que el género narrativo ha cambiado considerablemente con el paso de tiempo, aún ahora trata de ceñirse a ciertos parámetros formales: personajes, tiempo, espacio, estructura de inicio, nudo y desenlace, en fin. Elementos de alguna manera inherentes a la narrativa que son muy difíciles de desligar. Esto dificulta aún más la aparición de narraciones innovadoras, que refresquen el panorama, sumado a la fijación tradicional con el “tamaño” de las obras. No todo libro extenso es de hecho un buen libro; cabe la remota posibilidad que el autor sea tan torpe que no pueda expresarse en pocas palabras.

Con todo y esto, la época actual y su imperativa necesidad de inmediatez, ha influido contundentemente en los nuevos productos narrativos. También la tendencia de algunos escritores de producir historias que puedan ser degustadas en un instante, y que a la vez no dejen de sorprender y conmover. Es en este punto en donde surgen los así llamados microrrelatos, o en un término más común, el popular microcuento. Textos breves que encierran, como ya lo dijimos, todo el universo de la historia.

Aquí hay que hacer un alto, y es que como muchos de los elementos de la literatura, la brevedad es algo subjetivo. ¿Es El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, un cuento largo o una novela corta? Para un lector empedernido puede ser un texto muy corto; para un joven que recién se inicia en la lectura puede ser tal vez largo. Al hablar de microrrelatos, utilizaremos un criterio de distinción propuesto por David Lagmanovich: narraciones formuladas en no más de 40 palabras.

He aquí una advertencia, estimado lector. No todo texto escrito en 40 palabras o menos es necesariamente un microrrelato; de ser así, “a caballo regalado no se le mira el colmillo” sería uno de los microcuentos anónimos más populares de nuestra historia. La sabiduría popular y la tradición oral en refranes, retahílas y similares, por su carácter poético pertenecen más a la lírica. El microrrelato no sólo exige ser corto, exige también presentar un giro, una complicación que es básica dentro del género. Algunas veces este tipo de narraciones se enfocan sólo en dicha complicación, e invitan al lector a imaginar su posible inicio y desenlace, como en el celebérrimo El Dinosaurio de Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Textos de este corte son hoy en día muy populares aunque su difusión es mediana. Veamos un ejemplo, una magistral obra de Triunfo Arciniegas titulada Pequeños cuerpos:

Los niños entraron a la casa y destrozaron las jaulas. La mujer encontró los cuerpos muertos y enloqueció. Los pájaros no regresaron.

Tan sólo 24 palabras –ya que el título también cuenta–, y el giro irónico es de una magnitud impresionante. Casi que hay que releerlo para entender lo que sucedió. Uno de los rasgos más atractivos de este tipo de relatos es su carácter vertiginoso, pues no hay tiempo de esperar o predecir lo que sucederá. Jorge Luis Borges, en algún momento de su espectacular carrera, también produjo microrrelatos. Este pequeño texto suyo se titula  El adivino:

En Sumatra, alguien quiere doctorarse de adivino. El brujo examinador le pregunta si será reprobado o si pasará. El candidato responde que será reprobado…

La paradoja del texto de Borges es irresoluble. Nos arroja a un problema lógico desde la literatura con una habilidad y una belleza impresionantes. El texto es impecable y su extensión es de tan sólo 26 palabras, pero contiene una historia tan profunda y compleja que bien nos puede tomar mucho tiempo reflexionar sobre él. Un ejemplo más. Cuento de arena, de Jairo Aníbal Niño:

Un día la ciudad desapareció. De cara al desierto y con los pies hundidos en la arena, todos comprendieron que durante treinta largos años habían estado viviendo en un espejismo.

Este último ejemplo bien podría ser un muy sintético resumen de una novela entera, o mejor aún, un íncipit increíblemente atractivo. A pesar de que son sólo 33 palabras, nos narra una historia de 30 años. Impresionante.

Los microrrelatos constituyen un elemento muy vigente en la literatura contemporánea. Creer que son simples por su extensión es un pensamiento más que liviano. Se requiere de una gran habilidad para componer un relato tan corto, y que a la vez encierre una historia tan bella, tan compleja y tan precisa. Al igual que los minerales preciosos, su tamaño los hace más difíciles de hallar, algunas veces escondidos dentro de textos más grandes, otras tantas tal vez desdeñados por un editor obsesionado por la longitud. Ya sea camuflado como íncipit dentro de una obra muy extensa, o luchando por sí solo contra la ráfaga narrativa de la contemporaneidad, el microrrelato existe, y hemos de darnos cuenta que en la literatura el tamaño nada ha de importar, ya que una historia corta puede ser también una historia infinita.

Por: Ignacio Garnica
(Colombia)
@_nachodeloyola

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