Siete Poemas del Armisticio

El artista aporta al mundo algo que no existía antes, y lo hace sin destruir nada.

John Updike

El pasado 20 de julio, conmemorando el grito de independencia, publicamos nuestro Primer Manifiesto del Armisticio. Allí, los Poetas del Armisticio declaramos la poesía como una forma de memoria histórica del conflicto y de la paz. Declaramos que el arte debe tomar partido en este nuevo camino, lejos de las armas y de la muerte, pero cerca, muy cerca, de la memoria y el recuerdo de nuestros muertos. Recorremos un camino que no es fácil, y encontramos en él la belleza difuminada detrás de lo cotidiano. Personas del común, aquellas que se levantan a diario a trabajar con el anhelo de un mejor país, han sacado algo de esperanza del fondo de sus corazones y, transformándolas en versos, se han convertido en Poetas y Poetisas del Armisticio.

 

Días de Guerra*

Por: Juan David Morales, estudiante de 7° grado

 

Con el viento van pasando días de guerra

Días en los que recuerdo

Y me pongo a pensar

 

En cinco minutos es posible lograr

Catástrofe y guerra

Como para muchos matar

 

Quisiera hacer algo y todo poder cambiar

Para algún día

La paz, poder encontrar

 

Para recordar lo que al mundo me llevó a adorar

Poder el aire respirar

Poder a alguien amar

 

*Este poema tiene una particularidad. Es, en rigor, el primer Poema del Armisticio que se escribió después de publicado el manifiesto. Por lo tanto –con excepción de los fundadores– Juan David, de 12 años, es el primer Poeta del Armisticio

 

Incierta

Por: Martín Lacoste, estudiante de comunicación social (@ChangoRasta)

 

Te enteras por televisión

Amanecen policías muertos por explosión

Violencia en redes

¿Traición, venganza? Confusión

 

Siendo sensato juzgar no puedes

Que se atreven a señalar, hay quienes

Levantan más polvo que el mismo artefacto

Aprovechan la desgracia, favorecen intereses

 

Maltratado país, sin escrúpulos, sin tacto

Dichoso el mal, en su agenda estos actos

Los deseosos de paz, en silencio, pasmados

 

Altas voces macabras implorando por más impactos

Sus familias, emociones y bienes, intactos

Nosotros en el medio, ya veníamos desarmados

 

Ahora

Por: Natalia Tracevedo, abogada (@NatyTracevedo)

 

Sin saber tu nombre

Te pedí en cada cumpleaños

Sin saber tu nombre

Te pedí en cada vela

Prendida

Sin saber tu nombre

Te pedí en cada estrella fugaz

Ahora no tengo más

Milagros por pedir

Ahora no hay más

Plegarias desatendidas

Ahora, no hace falta

Más

 

Reclutamiento

Por: Ignacio Garnica, fundador de Los Poetas del Armisticio (@_nachodeloyola)

 

Ojos abiertos desde la alborada

Marchan los vástagos en la penumbra

Su grave canto madrugada alumbra

La mocedad en pleno arrebatada

 

Joven aún para blandir la espada

Húmedos ojos que el terror adumbra

El escarlata de la vid deslumbra

Adorna el lienzo sangre derramada

 

Cañón humeante, valga por escudo

Se aferra yerto a su puño inerte

Muere con él lo que contar no pudo

 

No hay merecer, tan desgraciada muerte

Sabe su hogar que de su amor es viudo

Solo es del pobre la maldita suerte

 

Carta a un soldado caído

Por: Andrés Aldana, fundador de Los Poetas del Armisticio (@andresaldana)

 

Tenía nueve años, mi mente no creía en la muerte y menos en la muerte violenta, no veía noticias en la tele, jugaba a la guerra, jugaba a matar sin matar, jugaba a disparar sin atinar, jugaba a defender la justicia, una justicia suprema y sin dudas, sin perturbaciones o corrupciones, una mente limpia jugando limpiamente a la guerra, jugaba y disparaba balas de mentiras que en el calor del juego herían y no. Heridas siempre curables, heridas gloriosas y mil cicatrices de guerras imaginarias. Una cortada en la ceja producto de una bomba, una esquirla en el brazo de una granada que estalló en mi mano y mató a dos soldados de plástico, una guerra que no era la de mi país, no eran comunistas contra capitalistas, no eran fascistas contra demócratas, era la guerra de buenos contra malos, solamente.

Te vi caer entre metralla y metralletas, te vi caer en una playa que luego supe se llamaba Omaha, (¿o Juno?), una guerra vieja que todos recuerdan, donde murieron millones por cinco señores, poderosos que decían valer más que niños y mujeres. Te vi caer sin disparar una sola bala, te vi caer al tocar tierra, con tu equipo de campaña, con tu casco y tu cantimplora. Te vi caer, y sufrí por ti, eras el primer hombre que vería caer en una guerra real, una muerte real mediada en blanco y negro, te vi caer y morir en esa playa.

 Eran las 2 de la tarde, un canal rememoraba el evento, el día D le llamaron, el día del todo o nada, el día en que el mundo se detuvo para conocer su destino, un destino hoy incierto pero que continúa en manos de hombres y bestias.

 Mi amigo soldado, te vi caer y no supe tu nombre, aún hoy no lo sé, te he visto al menos unas veinte veces desde entonces, y quise escribirte, lo más probable es que jamás sepa de ti, que nunca conozca tus gustos, tus sueños, tus noches o tus amores, no sé nada sobre ti, solo te vi caer y te marcaste en mi como un símbolo, oh marine oh boy, supongo eras gringo, tal vez canadiense, o inglés por tu casco, no lo sé, solo sé que te vi morir y sufrí, me mostraste tu muerte como la muerte en batalla, fútil, tonta y fugaz, caíste en la arena y no fuiste más.

De tu cuerpo yaciendo entre el dolor y la marea aprendí que la guerra mata hombres de verdad por mentiras de otros hombres, que mata mujeres y niños por tierra y codicia, aprendí entonces que nunca caería en ninguna playa maldita en nombre de una patria, que no tendría patria, que mi tierra no es ya ninguna, que las abandonaría todas por ser lo que soy, un humano, no un número, no una placa, no un minuto de silencio.

Te vi caer y me diste la fuerza para levantarme en tu nombre, para no permitir a otros caer como tú, te vi caer y supe entonces de la bondad y la maldad, mi guerra infantil resultó más gloriosa que todas las guerras humanas, supe que lo bueno es la vida y lo malo no la muerte sino la toma indiscriminada de la vida de otros, nadie muere en la guerra, la muerte es un regalo, un premio para una larga vida, la guerra sólo arrebata sueños, ideas, besos, emociones, arrebata humanidad, arrebata el final.

Te doy gracias, caíste allí, y me has dado tu vida, amigo, prometo no defraudarte, no me conociste, y no sabrás nunca que te estoy eternamente agradecido. En la eternidad de tu silencio retumbara el sonido de nuestros ideales, en tu impotencia persistiré, de tus tripas haré mi corazón, amigo, hoy te saludo.

Tus huesos ya no son, tu mente ha desaparecido y tu vida, fugaz flama ya no es, tu nombre no existe, tu rostro, tus rasgos, tus ojos nunca vi, eres ahora el recuerdo de una lucha diferente, haré un réquiem de tu lánguida silueta, te vi caer soldado tonto, y me hiciste fuerte y digno, y mis lágrimas nunca tocaran tu tumba, y mi vida nunca será la misma pero te vi caer y hoy he de levantarme en tu nombre.

 

Utopía de poetas

Por: Rosario “Charito” Murcia, Maestra

 

Los ríos caudalosos

O los ríos ya secos

Devienen en la memoria de sus aguas

¡Tantos mutilados cuerpos!

La tierra sufre en sus entrañas

La tragedia de sentirse ajena…

Recuerda el abono de la sangre

Con que le sembraron la maleza

 

Los mares rugen en el fondo

Cerca a las balas y el eco de estruendos

Y sus olas con furia limpian

El mecer de muchos muertos

Las ruinas de ciudades destruidas

Tiemblan cada bomba, cada incendio

Sus muros desolados aún escuchan

Voces, llantos, gritos, pavores y lamentos

 

El cielo estremecido gime

Le han robado el azul tranquilo firmamento

Las estrellas se apagaron

Las aves se escondieron

No alumbran ya los astros

Brillan ráfagas de fuego

 

Las madres orando día y noche

Esperan sin descanso en el silencio

El abrazo de vuelta de aquel hijo

Que yace insepulto en otro suelo

Las mujeres tejen y destejen sus amores

Esperando cual Penélope, sus hombres, sus besos…

 

¡Y nacieron los poetas!

Enlazan las funestas memorias

De las arrasadoras guerras

Con sílabas, palabras, metáforas

Epítetos, prosopopeyas, hechas versos

Cada renglón cuenta historias

De esta historia marcada de fríos y de hielos

De sus ausencias, adioses, llantos y partidas

Sin regresos, sin encuentros, sin abrazos

Marcadas por huellas de hondo duelo

 

Sí… ¡llegaron los poetas!

Soñadores de utopías

Portadores de suaves vientos

Reinventores de una paz esperanzada

De un plácido seguro universo

 

¡Entonces cantaron los poetas!

Recreadores pletóricos de ensueños

Convocaron a vigías veladores

De los irreversibles tiempos

A trascender los holocaustos de la historia

Entrelazando letras, palabras, poemas, versos

Constatadores del macabro ayer

Que no ha de repetirse y no muera

Escritos de esperanza, llama ardiente

Porque ella, la esperanza, no ha muerto

 

Paz arrullada entre bambucos y bullerengues

Por: Violeta Mancera Murcia, literata

 

Ignacio dijo que ya la guerra había terminado y que el ruido del fusil se había silenciado.

Yo solo escucho a María silbando sobre sus montes algún recuerdo de bullerengue,

Como un susurro que se cuenta bajito

Como un lazo que se estira de a poco desde las manos antes apuñadas

Pedro dijo que al pueblo ya se podía volver

Yo solo veo a Rosa palpando su cuerpo intacto

Por dentro roto como un colador que filtra con luz las memorias de manos salvajemente amordazadas a ella; cuerpo desterritorializado… ¿a dónde irá a territorializarlo? Quizá saque de su propia tierra los pedacitos para parcharlo.

Rómulo contó que en la ciudad la gente se vistió de blanco para apretar las manos y firmar papeles que contarán ahora sobre Paz…

Yo entonces veo de lejos que Joaquina remienda su tiplecito con tiritas que le quedaron de su alpargata izquierda; la derecha se perdió en el camino de piedra mientras corría monte abajo… solita, en silencio, amarra sus historias a su tiplecito mientras tararea lo que luego volverán a ser canciones tocadas por sus manos campesinas.

Josesito vuelve a paso quedito, con la mirada aguada y el corazón de papel, entonando el bambuco que le cantaba a Cecilita… esa que era su novia antes de que los tiempos terminaran de incendiarse.

Margarita, Margarita, bella flor de la sabana… que Joaquina traiga el tiple, y María y Rosa sus polleras del alto y el medio colombiano.

Aquí Alvarito dijo que sí se puede y que sí se puede…

Yo de lejos, desde muy lejos, desde un rincón atrincherado, cerquita del centro de la ciudad… me quedo con los susurros que entonan los bullerengues y los bambucos, con los cuerpos y las voces que no se vistieron de blanco pero que con sus mil colores van hilando las memorias infinitas en una colcha imparable de remiendos que bailan y cantan entre mares y lagunas, entre tierras y territorios propios-construidos y protegidos por las manos y pies y torsos y voces propias de quienes las van contando…

Desde esta trinchera entonces mientras escucho, y yo misma empiezo a bailar con sus arrullos, me pregunto por La Paz

¿Y quién es Paz?

Paz es la vaca de doña Juana que pasta frente a la casa de mis papás allá en el pueblo que tanto quiero -aunque la ciudad de a poco se vaya trasteando para allá-… Juana la bautizó así para que aprenda a madrugarle a la vida, y para que si llueve, truene o relampaguee ella esté ahí, tranquila, mascando firme entre los verdes o entre los grises.

 

Estimado lector, si has llegado hasta acá, queremos darte algo más. Fue escrito hace muchos años, pero encarna todo lo que Los Poetas del Armisticio queremos conmemorar. Un hermoso poema compuesto por Manuel Cepeda Vargas, político y poeta. Hace 24 años lo asesinaron durante el exterminio de la Unión Patriótica. Nos dejó en estos versos la memoria histórica de uno de los episodios más oscuros de nuestra nación:

 

Ave Fénix

 ¿Y por qué

no escapaste

cuando cayeron Jaime,

Leonardo,

Miller?

¿Cuando Teófilo partió en un viaje sin retorno

y Antequera entró en el aeropuerto

y Bernardo lanzó su última sonrisa?

Y cuando aquel desconocido (labriego, obrero, estudiante)

dijo: -Aquí luché, aquí muero.-

Y murió.

 

No hablamos de la cacería del tigre

ni de la flecha contra el águila

sino de un genocidio a la luz del día,

del racimo entregado al sacrificio,

de abuelos, nietos, hijos, madres

que en vano anhelaron tu regreso.

 

… Los árboles

transmiten sus semillas

en el aire.

Las lanzas de Bolívar,

las luciérnagas

de Policarpa

y el aullido

de los libertadores

resucitan con niebla

en la hondonada.

 

Tras la pared de fusilados

invencibles retoñan

los geranios

y deidades anónimas

bautizan callejuelas

del mercado.

 

¿Quizás el exilio

nos habría salvado?

¿Tal vez el asilo

preservaría a Jaime y a Leonardo

cuando el palacio

armó la mano del esbirro?

 

Dejemos al examen del futuro

el error de la lucha, si era bueno

acudir a la cita, si era mejor agazaparse, si el tejido

del tapete gigante debería

llevar un hilo de oro o de topacio

en lugar del cabello aniquilado.

 

Pero

no teorices

sin medir el esfuerzo, la titánica

labor que hace la ola en el océano

ni consigas el titulo con tesis

bien (mal) pagadas

sobre la tumba de los mártires.

Sube un rayo

de luz anunciadora,

una espuma veraz

del fondo oceánico

desde la sencillez

de Jaime

Pardo.

 

Fotografía por Patrick Tomasso 

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